En el siglo XII, un noble rico y muy piadoso, Don Ero, hizo construir en la parroquia de Armenteira, en Pontevedra, un monasterio cuyas primeras piedras fueron llevadas -gracias a la intercesión de San Bernardo – por cuatro monjes cistercienses. Dice la leyenda que cansado del ruido del mundo Don Ero (de quien también cantó Alfonso X el Sabio en sus Cantigas) decidió tomar los votos y retirarse al monasterio, siendo nombrado abad.
Conocido en toda la comunidad por su gran devoción y la dura vida que llevaba en el monasterio, el buen abad tenía un solo deseo: que se le mostrara, mientras estaba vivo, ese Paraíso que tanto anhelaba después de la muerte. Según la leyenda, Don Ero no hacía más que esperar por esto, suplicándole a la Virgen en cada una de sus oraciones.
Y fue así como sucedió que un día, durante un paseo en el monte Castrove, el abad encontró un lugar de paz absoluta, donde fluía un pequeño arroyo resguardado bajo los frondosos árboles. Decidió detenerse a meditar, para admirar la belleza de la naturaleza que lo rodeaba y disfrutar de la paz de ese lugar. El abad se sentó bajo un gran árbol y empezó a rezar, pidiendo una vez más a la Virgen, que le mostrase el Eden donde vivían la eternidad los buenos cristianos.
No muy lejos del lugar donde Don Ero estaba orando, se puso a cantar un pajarillo: al abad le pareció la más bella melodía que jamás hubiera oído y, sin darse cuenta, se dejo llevar por ese canto, entrando en un estado de éxtasis absoluto.
Cuando el ave terminó su canción y tomó vuelo, Don Ero, cargado de emoción y conmovido por la experiencia vivida, dio gracias por haber tenido la oportunidad de contemplar y experimentar la dulzura de la naturaleza, y se prometió volver a ese lugar de tranquilidad.
A su regreso al monasterio, sin embargo, Don Ero se sorprendió al descubrir que, en su ausencia, las piedras de su monasterio habían perdido su color original, y que se habían realizado muchos cambios: puertas y ventanas habían cambiado y el jardín estaba completamente diferente. Sacudido por la visión, Don Ero entró en su monasterio donde los monjes que vivían allí ahora lo miraron con recelo, preguntándose quien era ese hombre que, vestido igual que ellos, parecía consumido y cansado.
«¿Quién eres tú hermano? Qué te trae hasta aquí?». le preguntaron. Don Ero se presentó, y ante la incredulidad de los monjes, el más anciano de ellos trajo a Don Ero uno de los antiguos libros del monasterio y leyó: «San Ero de Armenteira hombre noble y devoto, fue fundador y abad de este monasterio. Desapareció en el monte Castrove hace unos tres siglos. Nunca se supo nada más de él». Don Ero, al darse cuenta del incidente murió al instante, causando una gran conmoción entre los monjes.
Hoy en día, muchos siglos después, admirando la belleza de la naturaleza que rodea el monasterio, no es difícil entender cómo San Ero fue capaz, en un instante eterno, de admirar un rincón del paraíso encerrado en esta hermosa tierra. Todavía existen el arroyo y el árbol … y, a veces, se puede oír el melodioso canto de un gorrión.